jueves, 30 de octubre de 2014

Coltán, el oro negro del Congo.

El coltán, mineral oxido, es formalmente conocido como columbita-tantalite. Su principal productor es la República Democráticadel Congo con alrededor de un 80% de las reservas mundiales, si bien existen otros lugares de explotación  como Brasil con un 5% o Sierra Leona con otro 5% de las reservas, el resto, repartidas por todo el mundo.


Su uso se centra en la fabricación de nuevas tecnologías y es considerado como un bien no renovable, de ahí la importancia de su demanda, lo que incita a los habitantes de la Ruanda a su continua explotación. El problema está en que no se explota únicamente el material, sino también a las personas. El país se encuentra en una presión constante por parte de las partidas guerrilleras formadas individualmente en los distintos poblados. Cada mañana los congoleños caminan numerosos kilómetros hacia las canteras de coltán y trabajan durante días hasta conseguir suficientes kilos para venderlo, sin tener capacidad de negociar su precio. Pero frecuentemente  se cruzan soldados armados que exigen sobornos para que los trabajadores puedan continuar el camino, y si uno se niega, simplemente se deshacen de él.
Una vez los trabajadores han vendido su coltán, los nuevos dueños proceden a exportarlo a países como China o Bélgica. Este comercio es ilegal. La ONU lo prohíbe ya que se considera que está financiando la Segunda Guerra del Congo. Sin embargo los países importadores pueden excusarse por la ignorancia de información sobre el mineral, puesto que realmente en las facturas no aparecen  procedencia ni destino del mismo.

Lo que causa más estupor es que la presión no solo se da entre la población dedicada a la explotación del mineral, los soldados quieren causar el temor en las calles, saciándose con jóvenes que son continuamente violadas y golpeadas; buscan someter a todo el pueblo solo para conseguir riqueza.

Pero, ¿quién tiene la culpa de esta cuestión? Probablemente los países desarrollados, grandes empresas que se dedican a la fabricación de teléfonos móviles, ordenadores, tablets… también las personas que somos habituales compradores de este tipo de productos. Aunque el problema probablemente no tenga solución, contribuiría una reducción de la demanda de artículos por capricho. Hay que tomar conciencia individual de la pobreza mundial, y de las guerras que financiamos indirectamente para así contribuir hacia un bienestar global.
Pues a pesar de vivir en Occidente (en mi caso) podemos nacer en cualquier lugar del mundo, se trata de una ¨cuestión de suerte¨.


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