El coltán, mineral oxido, es formalmente conocido
como columbita-tantalite. Su principal productor es la República Democráticadel Congo con alrededor de un 80% de las reservas mundiales, si bien existen
otros lugares de explotación como Brasil
con un 5% o Sierra Leona con otro 5% de las reservas, el resto, repartidas por
todo el mundo.
Su uso se centra en la fabricación de nuevas
tecnologías y es considerado como un bien no renovable, de ahí la importancia de
su demanda, lo que incita a los habitantes de la Ruanda a su continua
explotación. El problema está en que no se explota únicamente el material, sino
también a las personas. El país se encuentra en una presión constante por parte
de las partidas guerrilleras formadas individualmente en los distintos poblados. Cada
mañana los congoleños caminan numerosos kilómetros hacia las canteras de coltán
y trabajan durante días hasta conseguir suficientes kilos para venderlo,
sin tener capacidad de negociar su precio. Pero frecuentemente se cruzan soldados armados que exigen sobornos
para que los trabajadores puedan continuar el camino, y si uno se niega,
simplemente se deshacen de él.
Una vez los trabajadores han vendido su coltán,
los nuevos dueños proceden a exportarlo a países como China o Bélgica. Este comercio es ilegal. La ONU lo prohíbe ya que se considera que está financiando la Segunda Guerra del Congo. Sin
embargo los países importadores pueden excusarse por la ignorancia de
información sobre el mineral, puesto que realmente en las facturas no
aparecen procedencia ni destino del
mismo.
Lo que causa más estupor es que la presión no solo
se da entre la población dedicada a la explotación del mineral, los soldados
quieren causar el temor en las calles, saciándose con jóvenes que son continuamente
violadas y golpeadas; buscan someter a todo el pueblo solo para conseguir
riqueza.
Pero, ¿quién tiene la culpa de esta cuestión? Probablemente
los países desarrollados, grandes empresas que se dedican a la fabricación de
teléfonos móviles, ordenadores, tablets… también las personas que somos
habituales compradores de este tipo de productos. Aunque el problema probablemente no tenga solución, contribuiría una reducción de la demanda de
artículos por capricho. Hay que tomar conciencia individual de la pobreza
mundial, y de las guerras que financiamos indirectamente para así contribuir hacia
un bienestar global.
Pues a pesar de vivir en Occidente (en mi caso)
podemos nacer en cualquier lugar del mundo, se trata de una ¨cuestión
de suerte¨.
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