sábado, 3 de enero de 2015

La crisis del euro comenzó en Grecia.

El origen del grave endeudamiento griego, que ha llegado a amenazar con contagiarse a otros países europeos, comenzó a agravarse en 2004, cuando el gobierno del entonces primer ministro, Kostas Karamanlís, aumentó cada vez más la ya abultada plantilla de funcionarios y muchas de sus prebendas. Se contrató hasta 2009 a más de 100 mil nuevos funcionarios a los que concedió sustanciosos incrementos salariales, que hizo subir las nóminas de los empleados públicos en un 70% y, en consecuencia la mayoría de las importaciones del país helénico se resintieron, tras una fuerte caída en 2009 la situación se ha estabilizó y el posterior decrecimiento ha sido más suave.

La caja de los truenos se destapó por la ocultación del verdadero porcentaje oficial del déficit, por debajo del 7%, según las estadísticas nacionales en 2009, pero que resultaron ser del 13.6%, a años luz del 3% que exige el Pacto de Estabilidad y Crecimiento a los 16 miembros de la euro-zona.

El país mediterráneo se vio obligado a recurrir a la ayuda de la UE y del Fondo Monetario Internacional (FMI) para evitar la bancarrota estatal. Un recurso que supone ceder parcialmente su soberanía y someter sus cuentas al escrutinio internacional.

El problema de la crisis en Grecia se debe, básicamente, a dos razones: el alto nivel de la deuda pública, déficit público que supera el 12 por ciento del Producto Bruto Interno (PIB) y a la falta de confianza de los inversores hacia el país.

Grecia no termina de salir aún a flote y la posibilidad de que entre en una moratoria de pagos cobra fuerza, lo que hace temer por un efecto dominó en todo el sistema bancario de Europa. Cuando se gasta más de lo que se produce, también se afecta la confianza. Europa hizo un esfuerzo inmenso para que Grecia cumpliera sus compromisos y atendiera a sus acreedores a cambio de reformas institucionales y contribuciones directas de sus ciudadanos que implicaban una merma de las políticas de bienestar social.



Estas medidas han hecho que el país entre en una turbulencia social, donde se han incrementado las manifestaciones, enfrentamiento de los ciudadanos contra las autoridades, protestas ante las oficinas gubernamentales, etc. El costo social a corto plazo es inmenso para no ir a la total bancarrota.


Los ajustes, recortes y subidas de impuestos y un ascenso del paro en niveles de récord) que suponen un esfuerzo para crear ahorro han erosionado el consumo (que en Grecia supone las tres cuartas partes del PIB). De hecho, es el país del euro en el que el gasto en las familias tiene más peso. Así mismo, como es de obviar, la crisis ha afectado al ahorro de los ahogares.

Indigencia ante el cartel "Grecia te quiero".
Las consecuencias son tremendas para la población. La desocupación, como ya se ha dicho, se ha disparado, el poder adquisitivo ha caído más de un 30% y unos 3,4 millones de griegos, según varias organizaciones independientes y los sindicatos, podrían vivir por debajo del umbral de la pobreza.