viernes, 14 de noviembre de 2014

La década de los 60: cerca de 2 millones de emigrados

Cuando la década de los 50 avanzaba, la situación de España contrastaba fuertemente con la de los países industrializados de Europa: Alemania, Francia, Reino Unido, Suíza, Holanda... 

La historia económica de la posguerra española ofrecía características como una política de autarquía forzosa; escasez generalizada y hambres en sectores de la población paliadas; un ritmo de crecimiento económico muy bajo debido a que la producción del país era eminentemente agrícola y la industrialización se producía de manera muy lenta por la escasez de capital financiero y por las insuficiencias infraestructurales (carreteras, ferrocarriles...); a su vez, en esos años las tasas de crecimiento demográfico iban por delante de las tasas de crecimiento económico. En pocos años se pasó de los 28 millones de habitantes a los 31.

Fue una época dura que empujó a muchos a buscar mejores condiciones de vida en la emigración a Europa, y sobretodo a Alemania.


El flujo migratorio se intensificó a partir del Plan de Estabilización del gobierno español del año 1959, impulsado por el equipo tecnocrático dirigido por Ullastres, concebido como antesala de los Planes de Desarrollo, pero que forzó a numerosas empresas a cerrar o a realizar expedientes de crisis con los correspondientes despidos de trabajadores que pasaron a engrosar el paro.

     


La mayor parte de las personas que emigraban eran jóvenes que buscaban trabajo para enviar dinero a sus familias. Estos se subían a los trenes sin apenas conciencia de a donde iban.
Uno de los destinos era Nuremberg. Las personas que iban con contratos de trabajo en esa ciudad, tenían asegurada una residencia. Las expectativas a cerca de la que iba a ser su "casa", eran mucho mayores a como ésta sería realmente. 
Las condiciones de vida eran muy desfavorables, las habitaciones eran al menos para cuatro personas; las duchas estaban en la calle, y durante el frío invierno, solo podían lavarse en una gran pila que había en el interior de la residencia. 
Los españoles trabajaban sin descanso, durante más de 12 horas y sin condiciones de seguridad laboral.
Muchos enfermaban por el hambre, el frío y el cansancio.

En los momentos de reunión, de diversión, no iban apenas a los bares, ya que los alemanes sentían rechazo hacia ellos.
Uno de los lugares habituales para pasar el rato eran las estaciones, puesto que allí la temperatura era acogedora y podían ver si llegaban más compatriotas a realizar la misma y dura tarea que ellos desempeñaban en Alemania.


Con el paso del tiempo, comenzaron a tomar conciencia de la explotación que estaban sufriendo y se crearon sindicatos, poco a poco cada vez más apoyados por alemanes. De este modo, sus condiciones empezaron a mejorar, pudiendo alquilar una vivienda a bajo coste entre varias personas, en ocasiones incluso hasta entre varias familias.


Cuando la época de pobreza comenzó a desaparecer de España, muchos regresaron pero otros tantos permanecieron en Alemania, donde continúan viviendo.

Como consecuencia nuestros emigrantes a Europa apuntalaron de manera importante la economía española con sus remesas de divisas, hasta el punto de constituirse en el segundo capítulo en cuanto a ingresos en la balanza de pagos. El primero lo proporcionaba ya en aquellos años el turismo.
España ingresó a lo largo de los años 60 cerca de tres mil millones de dólares procedentes de los ahorros de los emigrantes. Este fenómeno produjo un impresionante aumento de los capitales y de la capacidad financiera de las cajas de ahorro y de algunos bancos.


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